Ariel Hidalgo. El Nuevo Herald.- El corto tiempo que el presidente Donald Trump lleva en la Casa Blanca, ha alcanzado un récord jamás logrado y muy difícil de superar en el futuro para otros presidentes: la suma de errores y fracasos. Y no nos referimos al cúmulo de críticas internacionales y de protestas públicas masivas contra su política en cinco semanas, que ha sido mayor que el que pudiera haber sumado cualquier otro presidente en cinco años. No se trata tampoco de equivocaciones pasajeras por sus desafortunados comentarios que han provocado numerosos escándalos y obligado a sus diplomáticos a intentar convencer a líderes de otros países de que el presidente no quiso decir lo que dijo, como cuando afirmó que la OTAN era obsoleta, o sus afirmaciones sobre China, sino otros que han tenido un grave perjuicio político, como los siguientes:
El estancamiento para la construcción del muro fronterizo con México debido a las numerosas dudas acerca de su viabilidad, como el alto costo: $20,000 millones, más $13,000 millones anuales para mantenerlo, aparte de un costo indeterminado en sensores y otros dispositivos de observación y patrullas de agentes, por lo cual se hace muy difícil convencer al Congreso de aprobarlo. Esto hizo declarar al secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, que la construcción no podrá comenzar de inmediato. El que México pagara por el muro era una pretensión fantasiosa.
La acusación sin fundamentos de que Obama ordenó espiarle cuando era candidato, de lo cual no ha podido presentar prueba alguna. Por el contrario, tanto el FBI como la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), declararon que no las hay, y hasta líderes de ambos partidos en el Congreso lo han desmentido.
El cierre de las fronteras para personas provenientes de siete países de mayoría musulmana –luego reducido a seis–, rechazado por jueces federales de diferentes estados debido a la clara connotación discriminatoria por motivos religiosos. Fiscales de 16 estados se opusieron a la medida.
Y el rechazo en el Congreso de su plan de salud para sustituir el Obamacare, de lo cual no puede culpar a los demócratas, pues son los republicanos quienes tienen la mayoría en el Congreso. El plan habría dejado sin efecto las disposiciones de Obamacare de subsidiar la adquisición de seguros médicos a personas de bajos recursos, así como la expansión del Medicaid, con lo cual se quedarían sin seguro, a corto plazo, 14 millones de personas, y a largo plazo, 24 millones. Este revés se considera como el mayor de sus fracasos. No sólo los demócratas votaron en contra sino también varios republicanos temerosos de que luego sus electores le pasaran la cuenta. Otro grupo, el llamado Freedom Caucus, de unos 30 diputados muy conservadores, le negaron el voto, pero por razones diametralmente opuestas, porque el plan dejaba en pie algunos de los beneficios de Obamacare.
Trump no tuvo la suficiente visión para darse cuenta que no podía satisfacer a todo el mundo y que le hubiera sido más provechoso conquistar el apoyo demócrata limitándose a reformar positivamente sólo aquellos aspectos negativos del Obamacare, aunque supiese que perdería el apoyo del Caucus que de todas maneras no lo apoyó. De haberlo hecho así, habría sido un triunfo político memorable porque hubiese logrado la unidad bipartidista, pero sus prejuicios conservadores y sus intereses de clase lo traicionaron.
Como puede notarse, Trump ha ido perdiendo apoyo entre sus seguidores por sus reiterados errores y su arrogancia, y porque ha demostrado que realmente no estaba preparado para la presidencia. Ahora tendrá que enfrentarse a otra prueba, también difícil y esta vez decisiva: lograr el apoyo de ese Congreso para la aprobación de su proyecto tributario, que consiste en bajar los impuestos de las grandes empresas hasta un 35 por ciento e imponer cargas impositivas a las importaciones en perjuicio de los consumidores. Si fracasa nuevamente, será el acabose. En tal caso, no sería nada extraño que no pueda finalizar su período y los demócratas tengan asegurada la Casa Blanca para el 2020.
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